West to Bonneville

Existe un lugar en la Tierra donde, desde principios del siglo XX, fanáticos de la mecánica y adictos a la adrenalina se proponen desafiar a los Dioses de la velocidad. Aquí se viene a batir récords y la cuestión es saber lo qué poder modificar en su máquina para conseguirlo. ¿El resultado? Vehículos de aspecto pintoresco, mitad retro mitad futurista, una cacofonía visual y sonora donde la originalidad sólo se ve limitada por la imaginación y el ingenio de cada piloto, todo ello servido en un paisaje lunar. Ese lugar es Bonneville, vestigio de un antiguo lago desaguado, ubicado en el noroeste de Utah, cerca de la frontera con Nevada, en Estados Unidos.

En el principio entonces, un lago de más de 51.000 km² con una profundidad de al menos 300 metros, que se originó hace 25.000 años, cubriendo un área que hoy correspondería al noroeste de Utah, noreste de Nevada y sureste de Idaho. Tras el fin de la última era de hielo hace más de 10.000 años y el conllevado calentamiento global, el lago Bonneville se evaporó gradualmente dando paso a lo que ahora es el actual Gran Lago Salado cerca de Salt Lake City, y más al oeste, a un conjunto de llanuras cubiertas con una gruesa costra de sal pudiendo alcanzar hasta dos metros en algunas partes, la más vasta de las cuales es el Bonneville Salt Flats cerca de Wendover.

Esa llanura ocupa un área de aproximadamente 120 km², una parte de la cual está destinada a la "Speedway" y los récords de velocidad. Para llegar hasta allí, hay que tomar la Interstate 80 (I-80) desde Salt Lake City, donde se encuentra el aeropuerto más cercano, y contar con un poco menos de dos horas de viaje.

Como anécdota, fue el geólogo estadounidense Grove Karl Gilbert, quien publicando un estudio detallado sobre la zona en 1890, decidió nombrar el lago "Bonneville" en honor al Capitán Benjamin Louis Eulalie de Bonneville, un oficial del ejército estadounidense de origen francés - nació en la región de París en 1796 - y gran explorador del Oeste americano. De hecho, sus aventuras fueron transcritas cuando aún vivía, de la pluma del escritor Washington Irving, en el libro The Adventures of Captain Bonneville, publicado en 1837.

Pero volvamos a nuestros héroes del día. Todo comienza un día de 1896, cuando un tal W. D. Rishel, quien prepara entonces una carrera ciclista entre Nueva York y San Francisco, descubre la existencia de esos "Salt Flats" y se da cuenta de su potencial. Es el lugar perfecto para organizar carreras de velocidad. La noticia se difunde, y muy rápidamente, algunos temerarios vienen a probar suerte. En 1914, es Teddy Tetzlaff, quien a bordo de su Blitzen-Bentz II, establecerá oficialmente el primer récord de velocidad alcanzando los 230 km/h. Dicho esto, fue especialmente a partir de los años 1930’s que Bonneville ganó en popularidad, gracias a la pugnacidad de un hombre, el futuro alcalde de Salt Lake City, Ab Jenkins. Él mismo excelente piloto de carreras, hará todo lo posible para darle fama internacional a ese lugar, sin dudar en hacer venir varios grandes corredores ingleses, entre los cuales Sir Malcom Campbell, quien en 1935 se convirtió en el primer hombre en superar la barra de los 300 mph, con una velocidad de más de 482 km/h. Desde entonces, los récords se suceden y el entusiasmo por Bonneville nunca se ha agotado.

Un evento con particular plebiscito tiene lugar allí todos los años desde 1949, y es la famosa Speed ​​Week de Bonneville. Programada en el mes de agosto, acoge durante una semana a varios miles de visitantes que se acercan a admirar las proezas mecánicas de unos quinientos participantes dispuestos a desafiar a los "Salt Flats". Algunos no dudan en hacer el viaje desde Nueva Zelanda, Japón o incluso Suecia para cumplir ese sueño de infancia. Aquí la camaradería es la regla. Todos echan una mano. No es raro ver equipos competidores intercambiando herramientas o compartiendo una cerveza. El público, por su parte, tiene la oportunidad de pasear por los pit lanes, charlar con los pilotos, admirar de cerca a los automóviles e incluso tener un asiento en primera fila en la línea de salida, lo nunca visto en una carrera de velocidad. El ambiente es realmente relajado en Bonneville. No se gana ni dinero ni recompensa. Los patrocinadores habituales también están ausentes, lo que no deja de añadir un lado underground a la carrera. Sin rivalidad alguna, el objetivo es llevar más allá sus propios límites en la búsqueda de la emoción última y lograr un nuevo récord con el sudor de la frente. Estamos hablando de apasionados que, en su mayor parte, trabajan en sus máquinas en el fondo de sus garajes, a veces durante años, y que se las arreglan simplemente con lo que tienen a mano.

El mejor ejemplo, si lo hay, es sin duda Burt Munro. En 1920, con entonces apenas 21 años, compra una Indian Scout en un concesionario de motos de Invercargill, su ciudad natal en el sur de Nueva Zelanda. Pasará años preparándola, solo en su garaje, creando piezas de sus propias manos, como los pistones, las culatas, el embrague o el manillar. En 1957, establece un primer récord en Open Beach al superar los 200 km/h. Ya tiene 58 años. Pero su sueño de siempre, es cruzar el Pacífico, y llevar a su Indian Scout andar por el Bonneville Salt Flats. Es cosa hecha en 1962, donde establece un nuevo récord, rozando los 288 km/h. Su pasión por la velocidad nunca se extinguirá y volverá a Bonneville varias veces, y fue todo un acierto, ya que en 1967 hace definitivamente historia al llevar su moto a más de 296 km/h. A los 68 años, Burt Munro logra una hazaña, la de convertir a su moto en la Indian Scout más rápida del mundo. Su récord nunca ha sido igualado hasta la fecha. Una verdadera lección de vida. No hay edad para creer en sus sueños y seguir haciendo lo que a uno le gusta.

 
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© Alexandra Lier

 
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© Bonneville Speed Week 2019 by GTspirit

 
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© Simon Davidson

 
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© The Blue Flame rocket, 1970. Gary Gabelich establecía un nuevo récord mundial al alcanzar la increíble velocidad de 1014,51 km/hora.

 
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© La Dauphine de Renault Classic en la Bonneville Speed Week 2016.

 
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© Shinya Kimura en la Bonneville Speed Week 2013. Toma de la película The Greasy Hands Preachers.

“Cuando era joven, me gustaba andar en moto, solo porque era cool y emocionante. Ninguna otra razón. Durante los últimos 10 años, como muchas personas me preguntan por qué me gustan las motos, comencé a pensar en ello. Supongo que me atrae la vulnerabilidad y las emociones fuertes que procuran las motos.”

“Cuando diseño una moto, soy consciente del flujo de la moto, desde la parte delantera hasta la parte trasera, tiene que ser una línea continua. Y el flujo entre una moto y el paisaje. Tiene que adaptarse al paisaje. Me di cuenta... que todo tiene un flujo. Cuando vengo con mi moto a Bonneville, por ejemplo, trato de presentarla de la manera más cool posible. Me refiero a que el flujo en el hecho de producir motos no terminará hasta que una persona la ande en el lugar más adecuado. […] Toda mi vida también es parte de ese flujo. En el trabajo y en mi tiempo libre, siempre soy consciente del flujo.”

Palabras traducidas de Shinya Kimura, tomadas de la película The Greasy Hands Preachers.

 

Encontrad a Shinya Kimura y echadle un vistazo al Bonneville Salt Flats en el destacado The Greasy Hands Preachers, un documental dirigido por Arthur de Kersauson y Clément Beauvais, estrenado en el 2015. Filmado en 16 mm, los dos cómplices han ido al encuentro de los preparadores de motos más considerados del momento: Shinya Kimura, Deus Ex Machina, Shannon Sweeney de SS Classics, Roland Sands, El Solitario o también Blitz Motorcycles. Nos embarcan con alegría a Utah, a California, pero también a España, a Francia, sin olvidar Indonesia y un magnífico road trip por Escocia. La película pone de relieve el trabajo artesanal y manual de estos fanáticos del custom en su búsqueda de la moto perfecta, la que manifieste su identidad combinando sutilmente estética y rendimiento, todo para saciar mejor esa sed de libertad que los caracteriza a todos. Andar en moto e ir a descubrir el mundo sin planificar nada ni saber qué esperar. La experiencia de una vida. Sí, pero en cuadrilla siempre es mejor. Y es eso lo que también celebra la película; la amistad, el hecho de compartir, los nuevos encuentros, ese espíritu de comunidad que surge de esa misma fascinación frente a motos antiguas. La emoción de tener que transformarlas para volver a partir enseguida vivir nuevas aventuras. ¡Algo de que inspirar a más de uno!